Tuesday, April 25, 2006

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LAS GORDAS DE BATON. Los recuerdos del barrio de mi niñez, allá por los cincuenta, se parecen mucho a un cuadro de Botero: los hombres lucían papada, panza o contextura generosa, y casi todas las señoras eran gordas y usaban batón, . Le llamaban así a un vestido femenino enorme, que a manera de carpa trataba de disimular la contextura que habían adquirido aquellas señoras de más de 30 años. ¡porque por entonces en aquel barrio las cosas eran distintas! Las señoras eran bastante viejas a los 40 ¡y ni les cuento a los 50!
¿Qué les pasaba a la gente de mi barrio?
Desde el hoy me es más fácil analizarlo, por entonces aquel fenómeno era menos perceptible. Me da la impresión, a la distancia, que aquella "otra forma de vida" que se llevaba colaboraba para tener otra vivencia al respecto. Es decir: las mujeres eran gordas ¡pero los hombres también!
Un punto interesante era la alimentación. En aquellos años se sobrellevaba una dieta en la cual abundaban los fritos: milanesas (carne frita revuelta en huevo y pan rallado, más sabroso si se freía en grasa de cerdo), papas fritas, carne al horno saltada en aceite con papas y batatas, ravioles con salsa y carne saltada en tal salsa con arvejas y papas, lechón con papas y batatas, en fin... la repostería familiar solía ser un concurso de bizcochuelos con cremas y dulces, pastelitos fritos con el corazón con dulce de batata, empanadas amasadas con grasa, fritas también en grasa y con el corazón rebozante de carne, aceitunas, pasas de uvas y chorreando grasa caliente!
Diríamos que aquella gente se la pasaba incorporando calorías, colesterol y kilos en su alrededor más próximo.
Sin embargo, entre quella gente gorda pululaban todo tipo de secretos del corazón. Innumerables solteronas, mujeres a las que ocasionalmente se les había conocido compañía masculina pero que, en algún recodo de la vida se habían esfumado y... ahí estaban, o con sus padres o con algún otro personaje de la familia. Algunos pocos solterones, unos conocidos por su fama de mujeriegos u otros por la alta sospecha de que les gustaba el sexo propio.
En aquel barrio de clase media baja (con algunos pocos representantes más distinguidos: un abogado, un cura, un ejecutivo de multinacional, un jefe de una repartición pública, un músico profesional, el dueño de un comercio grande y un distribuidor mayorista) el grueso se repartía entre empleados, jubilados, docentes, choferes y comerciantes de medio pelo.
¿La característica principal? La hipocresía. En aquel medio nadie decía lo que pensaba, y tendía a ocultar lo que sabía, excepto claro las "confidencias" que en la medida que se transmitía de unos a otros pasaba automáticamente a la categoría de "chismes" y se confundían con la maraña de rumores, versiones y trascendidos. Tal volumen de información diaria tendía a transformar toda comunicación en eternos "teléfonos descompuestos" en lo que algo que a la mañana comenzaba siendo una sospecha se transformaba al medio día en una certeza y esa misma noche en una condena.
¿Y alrededor de qué tema giraba la mayoría de los rumores?
¡Del sexo, mis queridos lectores! ¡De esa maldición que los curas desde los púlpitos, las procesiones y los colegios se encargaban de adoctrinar a sus fieles!
Esa misma maldición que caía sobre aquellas pobres señoras engordadas a fuerza de carne frita en grasa y bizcochuelo, cuando sus maridos rumbeaban hacia otras camas. Es que en aquellas épocas el sexo matrimonial estaba como "regido" por principios de "honestidad" (la famosa mujer honesta, diferenciada de la deshonesta) "decencia" y principios morales.
Esta división tajante de la sociedad hacía que la gente fuera armando estructurales juegos de versiones en las cuales se iban estableciendo categorías, que hoy resumo de la siguiente manera:
Mujeres vírgenes: aquellas de las que era difícil tener dudas: sólo se las había visto con papá y mamá, tímidas, asustadizas, antipáticas (créase o no, por entonces existían y no dejaban lugar a dudas, lo juro).
Mujeres sospechosas por ese "no se qué": o porque siempre están acompañadas con el papá (¡se la monta el viejo!) o algún otro tipo de pariente o vecino.
Mujeres que no dejan dudas de que poseen algún tipo de vida sexual : siempre salen, aunque no se sabe a donde ni con quien.
Mujeres con poca actividad sexual o regulada: tienen novio pero están muy controladas.
Mujeres con alta sospecha fundada: tienen novio y no están custodiadas por la familia.
Mujeres de vida airada: las pocas separadas, y las viudas jóvenes.
Obviamente no incluimos las que se consideraban deshauciadas y que avergonzaba su nivel de exposición...
Pues en el barrio teníamos una, que utilizaba su peluquería como punto de encuentro entre una gama de señoras de sexualidad algo frustrada y jóvenes ávidos de experiencias con apetitosas señoras de clase media. Aquí el acceso a la información era muy difícil, y los vecinos debían moverse en un nivel de suposición que alcanzaba (y sobraba) cuando un jovenzuelo trasponía el umbral de aquel local de peinados ¡para mujeres exclusivamente!
No mencionaría esto si no fuera que, años después tuve la oportunidad de conocer a uno de los jóvenes habitué del local y -por supuesto- le conté lo que se rumoreaba en el barrio sobre sus visitas al lugar, hecho que no sólo confirmó: le encantaba contar con pelos y señales cada una de las aventuras vividas con aquellas hambrientas de sexo que lograban saciar antes o después de hacerse la famosa "toca" y "batir" su pelo.
Aquellas mujeres, que de vivir hoy puede que anden en los 70 u 80 años, eran pioneras de una represión general. Las pobres habían tenido muy malos marcos de educación y práctica sexual, pero a diferencias de las gordas que las rodeaban habían podido desarrollar una estrategia de huida de aquella realidad tan moralista y perversa.
Vaya, entonces, mi homenaje. Y mi homenaje también para el resto: las gordas y gordos que hacían lo que se les mandaba: los hombres al prostíbulo a gozar, y las mujeres en casa comiendo y criando hijos, todos esperando "el día del juicio final".

Friday, April 21, 2006

EL "BILL HALEY AND HIS COMETS’ FAN CLUB "
Mi padre escuchaba música todo el día, y murió quizá como el más hubiera querido: aferrado a su pequeña radio portátil. Había sido músico en su juventud y al final de aquella pasión sólo le había quedado cierto vínculo que se patentizaba primero en sus discos de pasta y en los sesenta ya pudo acceder al vinilo. Le agradaba bastante la música clásica, algo de folclorica, algo de tango.
En 1955 mi vida había sido conmovida por un suceso que lo único que logró fue enfrentarme a todos los mayores: nació el rock’n roll.
Si bien hoy pueden leerse y escucharse mil historias distintas acerca del arribo del rock a la Argentina, ahora yo voy a dar mi versión personal.
Hasta entonces mi vínculo con la música había sido bastante pobre, casi inexistente. Salvo algunas canciones infantiles (recuerdo en particular a Victrolita) y otros artistas populares como Elder Barber, Leo Belico, u Oscar Alemán, o las que nos obligaban a cantar en el colegio: rituales como himnos y de homenaje a próceres, algo folklóricas o celebratorias... en fin...
Claro que otra vertiente para acceder a una música distinta había sido mi hermana y sus amigos, que aportaban música para los “asaltos” o a través de la magia que traía la radio. Mediados del cincuenta era la época de los radioteatros del corazón, los conciertos de música popular en los que se escuchaban unos boleros que de tan almibarados producían lástima.
Los “trovadores” de por entonces eran muy melosos y se llamaban Leo Marini o Fernando Albuerne, y ya empezaban a aparecer en el horizonte Los Panchos, que serían luego el boom de los sesenta con Eidie Gormé.
Mi hermanita, fanática de las historias de la revista “Cuéntame” (aunque el párroco les prohibía leerla), había picado en la música romántica y ya estaba incursionando en la música pop: con Frankie Laine y Johnnie Ray, Sinatra y Crosby, amén de las grandes bandas como Les Elgar y Benny Goodman o el desaparecido Glenn Miller. Gracias a ella podía escuchar nuevas melodías, como la de aquel disco de pasta que se compró un día y que escuchaba día y noche. Se llamaba “Es pecado mentir” y la interpretaban lo que en Argentina se llamó “Smith y sus Pelirrojos”. O esa otra que la conmovía: “Only You” en la boca de The Platters, que por un empecinamiento traductor de la empresa grabadora se había transformado en “Los Plateros”.
¿Cómo accedíamos a esa música que no tenía ningún vínculo con la que adoraban nuestros mayores? ¡Hacía más de treinta años que existía la radio, ya en manos dictatoriales de las compañías grabadoras! Eran las que imponían ahora los gustos, con ese criterio de consumo posguerra, el mismo que había impuesto la Coca-Cola o los cigarrillos rubios.
Para “sintonizar” con la música bastaba un dial que giraba y buscaba encontrarse con el gusto personal de cada uno. El dial, con emisoras sólo de AM (se le llamaba “onda larga”) tenía un puñado de estaciones de la Capital. Recuerdo por entonces a Antártida, Del Pueblo, Argentina, El Mundo, Libertad, Excelsior, Belgrano, Splendid, Mitre, Rivadavia, Porteña. En mi ciudad se agregaba la recepción de las montevideanas como Carve o El Espectador, sumadas a la que fue el referente obligado de todos los movimientos políticos: Colonia, de excelente recepción por estar ubicada frente a la costa de Buenos Aires y poder desafiar a las constantes censuras porteñas.
SOY TESTIGO DEL NACIMIENTO DEL ROCK
“Bailando el Rock” tradujeron esa difícil imagen expresiva que decía en inglés “Rock Alrededor del Reloj”, que no alcanzaba a expresar el verdadero movimiento “rockero” de entonces, pero que sí logró transformarse en su nave insignia.
Y ahí quedé pegado. Yo y unos pocos, que sólo con el tiempo pudimos ser más. Por ejemplo en mi “grado” éramos sólo dos: la chica más estudiosa (que luego llegó con su empeño a directora de ese mismo colegio) y yo, que ya por entonces practicaba algo de mi futura mediocridad.
Con el tiempo, y los avatares del mercado, las grabadoras se animaron a presentar nuevas estrellas del rock. Si quisiera podría hacer un listado interminable de figuras de entonces que empezaban a hacer su negocio por Buenos Aires a través de las grabaciones: Guy Mitchell, Little Richard, Elvis Presley, Tab Hunter, Pat Boone, Paul Anka. Y un dato curioso que ha quedado para la historia: el desarrollo de cierta vertiente de primerizo rock nacional, en manos de aquella banda “cover” de los cincuenta que se llamó “Mr. Roll y sus rockers”, que hacía temas grabados y que se afirma tenía como mentor a Lalo Schiffrin, como crooner a Eddie Pequenino y Columbia al sello patrocinante.
Eddie Pequenino, trombonista y cantante (y luego actor cómico), tenía su banda, que en parte hacía jazz y con el rock había encontrado una nueva manera de trabajo. La mayoría de sus creaciones solían también ser covers de los temas más populares de Haley, Presley o Belafonte.
A fines de 1957 anunciaron “la bomba”: Bill Haley venía a Buenos Aires. Estuvo en el teatro Metropolitan. Yo, en cuarta fila de la platea seguía la música con el cuerpo y con ojos bien abiertos no quería perderme ni un detalle del recital del “hombre del rulito” y cuya imagen en mi memoria dura inalterable todavía. Al lado mío, mi hermana disfrutaba triunfante de aquellas dos entradas que había logrado extraerle a su amigo “Baldo” Gigán, administrador de los teatros de la familia Lococo (y veinte años más tarde presidente de la AFA).
Pero, claro, seguí siempre bastante aislado en mi gusto musical.
Recién con mi ingreso al secundario encontré gente afin, que como yo, su gusto musical pegaba con el rock. Uno de ellos que hablaba muy bien inglés escribió a Bill Haley como admirador, y de manera sorpresiva sus representantes lo invitaron a crear en la Argentina una filial del “Bill Haley and his Comets Fan Club”.
Para avalar semejante ofrecimiento nos comenzaron a mandar todo tipo de obsequios: fotos, cocardas, la papelería. Así organizamos la sede. Uno de los muchachos le arrancó a los curas horas libres de su sede social, y así comenzamos a reunirnos para crear aquella sociedad.
Por entonces había crecido uno de los primeros y más prestigiosos programas de radio especializados en música de rock: se llamaba “Rock and Belfast”, que iba por LR5 Radio Excelsior de Buenos Aires y que conducía el locutor Jorge Beillard, los sábados a las ocho de la noche. Creo que no me perdía ningún programa. Le contamos a Beillard de nuestra sociedad y nos citó y así “salimos al aire” y oficializamos nuestro grupo.
Y así fueron mis comienzos por el mundo del pop, la música desde entonces fue mi gran compañera. Con el Club del Clan y The Beatles en los 60, con I Cugini di Campagna en los 70, con Leo Masliah en los 80. A partir de los 90 comencé a enfriarme y hoy creo que la música me tiene bastante sin cuidado.
He perdido el sentido musical, es decir: la música ha dejado de ocupar ese lugar que tuvo en algún momento de mi vida. Y esto lo he charlado con otros ancianos: parece ser bastante común.
A lo mejor hay que inventar un Viagra que recupere aquel sentimiento que siempre creímos nos unía a la música.

Friday, April 14, 2006


UN WEBLOG CON ALGO DE NAFTALINA
- Abu: vos deberías tener un weblog. Siempre estás contando anécdotas y cosas interesantes de gente que no teníamos idea de que hubieran existido.
- Si te referís a Gasalla y Perciavalle, a María Elena Walsh o Nicolás Mancera, te cuento que siguen existiendo. Hasta algunos puede que sean más jóvenes que yo. Hasta tal punto el pasado sigue resistiéndose a quedarse allí, que hace poco le hicieron un escándalo en la puerta de la casa de José Alfredo Martínez de Hoz. ¡Este hombre fue ministro hace 30 años. Debe estar tan viejo que ni debe acordarse él de cómo fue estar en el gobierno.

Así comenzó este diálogo fructífero con uno de mis nietos, fanático de los medios actuales. Entrar a su habitación es como permanecer en el futuro: su computadora parece poderlo todo, te comunica con cualquiera bajo cualquier circunstancia para los fines más insólitos.

Y así fue como me convenció. Estoy subido a mi weblog, después de hacer algunas pruebas y me parece sensacional.
- ¿Ya sabés de qué vas a escribir?
Alrededor mío estaban mis tres nietos y mi hijo: todos ansiosos para saber de qué cosas se pueden enterar sobre "quién fue mi abuelo".
- Voy a contar un poco mi vida.
- ¿Tus experiencias sexuales también? –dijo Matías, el más chico que araña los 15.
- ¿A vos te parece que puedo contar esas cosas?
- Mi vieja me contó que cuando tenías mi edad eras rockero…
- Como Mick Jagger…
- Uy, no. Pero seguía a Mick Jagger, y a John Lennon…
- También me contó mi vieja que andabas mezclado en política.
- Sí, todo es cierto. Pero no se anticipen. Vamos por parte. ¿Con qué les gustaría que empiece?
- Empezá por el principio, pa –este es mi hijo, padre de dos de estos críos- a mí siempre me fascino tu historia como pobre. Tus relatos sobre esas gordas de batón eterno, allá en tu barrio.

Y así comenzó a tomar forma mi weblog. Soy un sesentón petiso con cada vez más canas, encima de clase media, con una vida imperceptible que, sin embargo, ha juntado cosas para contar. Para quien tenga ganas de conocerlas, compartirlas, masticarlas... ahí vamos.